miércoles, 14 de diciembre de 2011

Lev Semiónovich

El lugar irradiaba soledad, no es que eso me molestara pero ciertas veces un estadio de soledad reproduce más soledad. El calor dificultaba la lectura de Freud y su visión de la sexualidad. Cuando Freud  decía que el niño tiene vida sexual y empieza por una etapa oral, me lograba abrir los ojos para poner atención a lo que  decía. Pero el sueño era más y el calor lograba pegarme a la cama.
Volvía a renegar de la soledad y dormitaba .El cuello me dolía, últimamente duermo muy mal y sospecho que es la razón de tal dolor.
De repente aparece Vigotsky trepando por la pared. Así le pusimos con una compañera a la lagartija que habita en mi casa, le pusimos el nombre del psicólogo ruso.  El reptil logró asustarme en un espasmódico asalto a mi dormitar. Caminó por la pared hasta esconderse detrás de mi pequeña y humilde biblioteca. Allí tengo libros que aún no lei y,  la verdad,  no sé si algún día los leeré . Ahí está el animal escurridizo, detrás de los libros de política rusa.
Como es común en la personalidad de una lagartija,  empezó a recitar , en este caso, algunas palabras de  "El Estado y la Revolución" de Lenin y luego " La Revolución permanente"  de Trotsky. Digo que es común, porque ellas suelen hacerse notar demasiado y tras años de prácticas con el lenguaje humano, terminan cantando o recitando. La otra vez leyó unas poesías de Juan Gelman. Es extraño, porque ellas, las lagartijas, tienen la capacidad de presentir el estado de ánimo de uno y se adecuan a la situación.
Tras terminar algunos párrafos, Vigotsky se silenció. Es que sabe cuándo es el momento justo de decir basta. Eso es lo que más me gusta de su campañia, que sabe callar y disfrutar de una supuesta nada encubierta en un todo.
Dormite de nuevo, pero los pequeños pasitos sobre la pared me despertaban. Esta vez, había más lagartijas que salían de los huecos de mi pared con gran velocidad. Todas se pusieron alrededor de mi cama. Algunas golpeaban las patas traseras de esta y me peleaban por la sábana. Me miraron, entendí enseguida la solicitud. Les recite Lorca, Tuñon y  Pizarnik toda la noche. Se me quedaron mirando, sentían más de lo que comprendían, era natural ya que aún no habían incorporado el lenguaje humano en su totalidad. La sonoridad las ponía en dos patas e intentaban reproducir versos mientras bailaban. Era una especie de danza árabe de gran gusto para mi vista.
Desde ese día Vigotsky y sus amigas no aparecieron más. Seguramente fueron a recitar por otras casas, por otros mundos.
Es que las lagartijas tienen esa capacidad…

Con un pañuelito...

Con un pañuelito húmedo de ti,
me limpiaste el rostro
con un mecanismo danzante y mortal.

Me sacudiste los dedos con la mirada
y yo tan catatónico,
de ti respiré el último oxígeno de la tierra.

Me encantas y sin embargo te esquivo.
Originas un temblor que se ensarta
, como un aguijón hecho en el cielo,
en el pómulo izquierdo de mi desgracia.

¡Qué verdugo me ha carcomido el pecho!
Vuelves justicia el alimento
de tu voz, de tu silencio,
y a tu fervor me entrego sin vacilar.

Ya no podré ser justo sin tu sombra andante,
sin tu mirada prendida al vacío de mi vicio
en oportunidad de quererte entre los muertos,
pretendiendo que me hayas vivido.

Con un pañuelito húmedo de ti,
me limpiaste la espalda
para que no me pese la esperanza.

Tinta azul escribe la tregua
sobre el macramé de tu distancia,
sobre el pedido de viejas lágrimas.

Plantas

Para vos , jonateando un poco.

Cierta peculiaridad transmundana
me sumerge en cuotas  de lucecitas
con un ingrediente más IVA
de tenerte entre mis brazos.
Lo que vemos se ve
entre espejitos rotos del ayer
sobre un reflejo del mañana
con astucia presente del presente.
Hay una baranda rota del escalón,
me enterre el pie hasta la médula
inflamada del olvido que nunca fue.
Entre plantas y su energía,
enredadera del desierto
que me enreda de ti, hacia ti.
Como un canon en tus ojos
en respuesta cinequanon
a nuestro suspiro compartido,
a las velas que imploran sus noches,
a los besos que nunca fueron
pero son.

Cerca

Se arrancó de verla,
sintiéndose un estúpido fugaz
con temor a serlo de manera permanente.
El miedo que intriga la conciencia
se marea en mares
con psicólogos a bordo
de un ataque de locura.
La inseguridad en plano paralelo,
en oposición al vértice de la soledad,
remata de un golpe
prostibulario de la tentación,
perplejo de la inexperiencia,
plebeyo de la muertes simbólicas.

La  quiere  pero no se anima  a quererla.
La  pierde pero no se resigna a tenerla.

Y en esta música,
de qué se yo cuánto tiempo,
él afinó la laringe
ante el perdón de sus indiferencias.
Mientras más se acerca a ella
más se aleja de sí mismo,
y viceversa.