lunes, 2 de mayo de 2011
Un simple cántico
Había un popurrí de espantapájaros que el lamento adornaba,
ese aire poco circulado merodeaba las tejas del hogar.
La casita a unas cuadras del árbol de limón
y a lo lejos se podían ver nubes
blancas como la pureza del corazón.
Y a mi razón,
la pusieron en un lugar de poca concurrencia.
Cuando la visitante venía
fumaba un cigarro, lo apagaba,
mientras yo tendía a prender algunas velas.
La casita no tenía luz,
salvo la que salpicaba desde los ojos de ella.
A veces me le quedaba mirando
acostado en mi cama acariciando su cabello.
Ella parecía dormida
pero yo sabia que estaba despierta.
El frió era frió por las ventanas abiertas,
pero la calidez de su cuerpo todo lo era.
Cuando llegaba la despedida,
la tristeza abundaba en el ambiente.
Nunca me gustaron las despedidas,
pero siempre y siempre venían a mis orejas.
Y a mi razón,
poco y nada le queda.
Cuando la visitante se iba
fumaba un cigarro, lo apagaba,
mientras yo tendía a apagar algunas velas.
Había un sendero pequeño y oscuro
que cuando un alma salía se perdía a lo lejos.
La casita silenciosa, tambien el árbol de limón,
ya nada se escuchaba ni de lejos ni de cerca,
las nubes ya eran azules como la tristeza del corazón.
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