lunes, 18 de julio de 2011

La hipérbole


    
   
  Dedicado a mis compañeros del Profesorado de Lengua y Literatura.



Una mañana, tras un sueño intranquilo, me levante. Mirándome al espejo me vi, por primera vez en mi vida realmente me vi.
   Me convertí  en eso que ya estaba olvidado en lo más profundo de mi inconsciente. La imagen irrompible de la infancia, una marca imborrable del pasado.
   Acá estoy, frente a mí y dentro de mí, la niñez ausente en los rincones más tenebrosos de este laberinto, de idas y vueltas, que se llama vida.
   La marca es una línea que muestra, con toda fuerza cortante, una gran ruptura entre el antes y el después. Me convertí en una cicatriz o mejor dicho en “la cicatriz”.
   Un recuerdo vino a mi mente:

    Recuerdo que como niño aventurero, todavía con esas ansias y deseos de encaminarme, me disparé a buscar la pelota de fútbol que se había caído en el patio de la casa abandona de enfrente. Jardín abandonado en vista, obtener pelota de fútbol, de repente rosedal, ramas tiradas serruchándome la pierna.  Todo en segundos. La sangre, más roja que nunca,  cayó como esas cascadas pequeñas mojando la tierra abandonada, y crecieron plantitas de dolor en llanto.

   Hoy, esa sangre aún salpica mi alma, humedece miedos eternos. Yo me transforme, en un proceso lento y criminal, en ese pedazo de carne perforada. Yo, soy la marca insuperable del temor.
   Así, el niño se volvió a comer al grande, cortándome el alma en dos.
   Por los pasillos de mi casa, sangre y sangre. Soy una de esas heridas que se abren y nunca se cierran. El ardor iba en aumento, es inevitable como esos desamores que tejen arbolitos de desilusión y le dan de comer la fruta caída a la esperanza.
   El pasado me está devorando con sus dientes llenos de cenas perdidas en este presente autista. El llanto y otra vez el llanto, es que ese dolor es interminable.
   Le pedí a la abuela que me curara, pero la abuela ya no está como en aquel entonces. En las noches, suelo dormir  en sábanas de algodón con Pervinox, esperando poder desinfectar la nostalgia.
   Yo, ahora,  era miedo y era aventura extraviada, como esa pelota que quedo en el jardín y nunca volví a recuperar.

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